Obukucha = año nuevo + té
Alguien me comentó que una persona que sabe muchísimo más de Japón que yo suele decir: “ni Japón está de moda ni es milenario”, dos adjetivos bien televisivos que se suelen utilizar al hablar del país y su cultura. Creo que tiene razón y que algo parecido sucede con el té. Si bien su origen pueda serlo, el chanoyu, por ejemplo, no tiene más de seiscientos años de edad; y el gong fu cha chino es todavía más reciente. Pero hay una tradición, una de las pocas excepciones a la regla, que sí es japonesa y milenaria y gira en torno al té. Nacido en Kyoto a mediados del siglo IX, es el obukucha: el té para la salud que se bebe a principios del año. Y hay dos leyendas en torno a su origen.
Una de ellas cuenta que el Emperador Murakami estaba gravemente enfermo. En un sueño, la diosa de la misericordia (Kannon, versión nipona del boddhisatva Guan Yin) le dijo que si quería recuperarse debía tomar un té con algunos ingredientes especiales, entre ellos umeboshi (las ciruelas agrias más ricas del mundo). El Emperador siguió las instrucciones al pie de la letra, aunque no creo que haya sido él mismo quien hiciera el té -las órdenes no deben haber sido tan precisas. El Emperador se recuperó y los templos comenzaron a preparar la infusión durante las celebraciones del año nuevo, para que el pueblo mantenga una salud perfecta durante todo el año. La otra historia invierte el orden de los acontecimientos -y seguramente esconda la verdad.
Fue la comunidad religiosa la que inventó la infusión para luchar contra una peste que estaba azotando la ciudad en el año 951. El Emperador eventualmente enfermó, sí, y se curó al tomar este blend -pero no hubo sueño ni visión. El inventor, además, no habría sido cualquiera sino Kuya, un monje itinerante que recorría la ciudad cantando, bailando y recitando el nembutsu (el mantra namu amida butsu). La diosa que se le habría aparecido al Emperador en la leyenda era Rokuhara Kannon, una manifestación de la estatua de Kannon que se encuentra en el templo Rokuharamitsu-ji, fundado por nada más ni nada menos que Kuya. Y Kuya habría llevado a esa misma estatua en procesión por las calles de Kyoto mientras daba té a la gente.
Esta última versión me parece mucho más sensata, pero el sueño me resulta maravilloso, así que no sé con cuál versión quedarme. Con el paso del tiempo, cada escuela de Té lo incorporó de distintas maneras a su calendario y con recetas ligeramente diferentes. A veces es tan importante que es un secreto, otras veces importa muy poco. En la escuela Ueda es muy importante, y hay un procedimiento particular que lo incluye durante la ceremonia que se lleva a cabo, obviamente, durante el hatsugama (la primera ceremonia de té del año). La receta de la escuela, ya que estoy, contiene umeboshi, kuromame (porotos de soja negros cocinados con salsa de soja y mucha azúcar) y sansho (una hierba extraña, difícil de conseguir, con sabor a anís y menta).
Ahora, algo fascinante del japonés es cómo una palabra puede ser escrita de manera diferente y aún así sigue siendo la misma palabra. Los cambios en la escritura revelan cambios profundos en su interpretación y significados complementarios. El obukucha siempre fue el obukucha, pero hubo varias maneras de escribirlo. Entonces, originalmente la “o” 王 era “Emperador” y “fuku” 服 beber. 王服茶, una referencia a la leyenda original sobre la enfermedad del Emperador Murakami. Después, la “o” pasó a ser 大, “importante” y “fuku” 福, buena suerte. “Cha”, obviamente, siempre 茶, siempre té. 大福茶, la tradición del té para la “buena suerte” durante el año nuevo, como la seguimos disfrutando hoy en día. Y no, no me equivoqué: en japonés la “f”, precedida por una “o”, se convierte en “b”: y fuku se convierte en obuku.
Pero hay una tercera forma de escribir obukucha, no tan conocida: 御仏供茶. Esta vez “o” es un término honorífico y ahora hay dos caracteres para representar “buku”. El primero, “bu”, es “buda” y el segundo, “ku”, es “ofrenda”. Así que el té que curó al Emperador gracias a un mensaje onírico del boddhisatva de la misericordia, utilizado como símbolo de salud por los monjes y convertido en una tradición de año nuevo asociada a la buena suerte (como, bueno, prácticamente todo lo relacionado a un año nuevo), también es una ofrenda a los dioses. Todo está en su nombre y en los cambios geológicos que fueron revelando distintos significados siglo a siglo, como la erosión desplegando patrones en una cordillera. El obukucha es todo eso y, además, es delicioso. Raro, claro que sí, pero delicioso.

El temae (procedimiento) con que se lleva a cabo el obukucha también me parece delicioso, la medida justa entre formalidad e informalidad -por lo menos en la escuela Ueda. Utilizamos como tana (estantería formal) un sanbō, una bandeja pequeña, omnipresente en el shintoísmo, utilizada para realizar ofrendas. Un pequeño altar que vi por primera vez en la película Ran de Akira Kurosawa: en VHS, en otro tiempo que parece tan lejano como la era Sengoku. Lo único que apoyamos en el sanbō son un sobre atado con un nudo especial hecho con mizuhiki que contiene unos palillos de bambú y kuromojis (otros palillos de bambú, uno por cada invitado, utilizado usualmente para cortar los dulces); un pequeño plato con los ingredientes adicionales del té y un sobre noshi (decorado) largo que contiene como mínimo alga kombu, pero también algunos objetos más, todos símbolos de buena suerte.
Después de disfrutar del obukucha la ceremonia no termina; el sanbō es reemplazado por uno de los mizusashis (contenedor de agua fría) más formales que existe, un shin teoke; una pieza de madera laqueada que después de haberlo usada varias veces todavía no estoy seguro si es de madera o si es sólo una sombra. Cuando ingresa el hishaku (cucharón de bambú) por su boca, de verdad que no sé si el agua que toma es el agua con la que lo llené antes de la ceremonia; el hishaku desaparece, simplemente desaparece y no sé si debería hacerle caso al sentido común. Algo misterioso ocurre ahí adentro. Con el mizusashi en su lugar, y sin interrupción alguna, servimos usucha (té ligero). Al terminar, imposible no estar listos para lo que sea que el año nos tenga deparados.