Sobre Jimi Hendrix y Sen no Rikyū
Imaginemos un mundo paralelo, algo tipo El hombre en el castillo de Philip K. Dick, en que el arte popular en occidente se desenvuelve como en Japón. Ya que en la novela Japón tiene el control de la costa Oeste de Estados Unidos, me viene bien. En fin, imaginemos que Jimi Hendrix, antes de morir ahogado en su propio vómito, tuvo un hijo y ese hijo tuvo hijos que tuvieron más hijos y eventualmente crearon escuelas de guitarra en las que Jimi Hendrix, la leyenda, es casi un santo patrón, deidad o boddhisattwa de la guitarra eléctrica.
Y cuentan historias sobre cómo prendía fuego sus instrumentos, mientas los alumnos escuchan con los ojos y los oídos bien abiertos. Y recuerdan cuando tocó el himno en Woodstock. Y lo veneran como si hubiese roto el cascarón, salido de un huevo y creado de la nada toda una actitud y fuera el más mejor guitarrista de la historia de la humanidad. Como si Pete Townsend no hubiese hecho lo mismo, pero antes. Como si Jimi Hendrix no hubiese prendido fuego una guitarra en el Festival de Monterrey, después de que Townsend rompiera todo, porque quería “superarlo” de alguna manera.
Como si Eric Clapton no fuera también un Dios de la guitarra. Porque el asunto no es negar las cualidades de Jimi, sino ponerlo en su justo lugar. Contextualizarlo. Bueno, ese mundo paralelo que están imaginando es bastante parecido a este, aunque sin la tradición familiar que simplemente no es necesaria: culto a la muerte, necesidad de mitologizar, carisma, un poco de todo. Pregúntenle a Morrison, Cobain, Vicious o Joplin, en algún mundo paralelo en el que se puede hablar con los muertos. El objetivo de este ejercicio imaginario (innecesario también) es compararlo a la posición en la que se ubica a Sen no Rikyū en el mundo del chanoyu, la ceremonia japonesa del té.
No hay texto, explicación que demostración que no cuente historias de Rikyū como creador o fundador del camino del té. Empiezan con él y terminan con él. Si apenas escuchaste hablar de la ceremonia del té, del chadō, sabés de él. Del fundador del té. Como si antes que él la ceremonia del té hubiese sido una especie de pasatiempo de ricachones, funcionarios de gobierno y samurais y él solo, como una mezcla de Jimi Hendrix, Leonardo Da Vinci y Winston Churchill, reformulara cada mínimo detalle en un contexto de filosofía zen. Rikyū era un genio, pero parado sobre los hombros de genios -y, tras él, vino un par de genios más también.
Y aún así, siguiendo la metáfora rockera, la historia del té según las tres ‘senkes’ (por el sufijo común del nombre de las tres escuelas principales, fundadas todas por descendientes de Rikyū) es como la película Bohemian Rhapsody, según la cual nadie había escrito una canción popular que durara más de 3 minutos hasta Queen, que además de inventar el glam y el rock sinfónico salvaron del hambre, ellos solos, a media África. A Rikyū se le atribuye todo. Todo. Pero en serio, todo. Entonces, claro que hizo cosas, pero no tanto. La ceremonia del té era una práctica espiritual mucho antes de que monjes zen la llevaran de China a Japón en el Siglo XII, siglos antes de Rikyū.
Sí, era mucho más formal y digna sólo de algunos pocos monjes e intelectuales, pero muchos de ellos colaboraron en el desarrollo de la forma actual del chadō. Si hay que puntualizar, hay que empezar más que nada con Murata Jukō, quien por ejemplo hablaba de “kin kei sei jaku” como cuatro principios rectores. La versión de Rikyū, repetida hasta el hartazgo, reemplaza “kin” por “wa”. Resulta que ni siquiera los 100 poemas de Rikyū, texto fundacional del camino del té, fue escrito por Rikyū. De hecho, el primero en referirse al texto como si hubiese sido escrito por Rikyū, fue el onceavo iemoto de Urasenke (gran maestro de la escuela más popular), doscientos años después.
El autor principal de la obra es en realidad Takeno Jōō, uno de sus maestros y responsable de muchos de los cambios revolucionarios que se atribuyen a su discípulo. La estética wabi aplicada al té, la preferencia por la cerámica de apariencia común e imperfecta, el uso de herramientas sencillas de bambú… todo Jōō. Era comerciante como Rikyū, pero Shukõ era monje zen de la escuela Rinzai, aprendiz del excéntrico e iluminado Ikkyū. Estos son unos poquísimos ejemplos. Rikyū continuó y profundizó este proceso dinámico y para colmo tuvo una vida y una muerte fascinantes. Pero basta con investigar un poco para descubrir lo sobredimensionado que está su rol en todo esto de la ceremonia del té.
Murió por razones misteriosas, relacionadas con la política. Hideyoshi, la persona más poderosa de Japón en la época, le ordenó que cometiera seppuku (aunque no era samurai, revelando el alto estatus del maestro) y la familia cayó en desgracia. Esa familia que pasaría a monopolizar la narrativa. Sus discípulos, y los discúpulos de sus discípulos, hicieron lo imposible para limpiar el nombre de Rikyū; el Nampōroku, probablemente el texto más importante de la tradición, tiene este propósito: escrito cien años después, pero atribuido a un discípulo directo. Y se les fue un poco de las manos: el mito. Será que el marketing también fue inventado por los chinos y llevado por monjes budistas a Japón, donde eventualmente lo mejoraron (como todo).